Tiempo e Imagen: lo que -no- dicen las manos

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Situar manos en el primer plano de una imagen pictórica, con grandes formatos, es un reto que solo puede asumirlo un creador que domina el oficio y con muchas ganas de pintar. Milena es portadora de ambas condiciones; de la primera hace gala por su sólida formación en las escuelas de arte de Cuba, y la segunda, es -sin dudas- fundamental, después de una larga ausencia en exposiciones y presentaciones públicas, la artista vuelve con intensidad, diestra en habilidades y con personalidad visual. El tiempo de llegar y refundarse en un país distinto -en otra ciudad-, fue un paréntesis durante el cual la ejercitación tuvo su sitio creativo en el espacio íntimo y privado, dejando silenciosas huellas en fragmentos de papel, en servilletas; alimentando páginas de sus cuadernos o jugando a dibujar con sus hijos que nacieron y crecieron en ese lapso, como acto creativo con otros modos de realización.

Latía en Milena la necesidad de pintar, de volver sobre el lienzo y los colores que habían quedado a la espera ante el ajetreo diario que no solo aplazaba el momento sino que lo llenaba de complejidades porque recomenzar es, en ocasiones para un artista, tan, o más, complejo que el acto mismo inicial. Cómo volver a insertarse en ella misma y cómo superar el bloqueo ante el panorama visual -múltiple y diverso-, que se le presentaba ante sus ojos inquietos. No eran ni los estilos ni las tendencias en boga los que motivaban su espíritu, nunca antes le inquietaron algunos de ellos en específico ni se había identificado con fórmulas preconcebidas de crear, aun cuando su serie Habanalandia, allá por la última década del pasado siglo, la indujera hacia un cierto primitivismo pictórico en la representación de ambientes y costumbres locales.

Lo que sí le había motivado siempre eran los individuos, los rostros, lo que no significaba, sin embargo, el placer de retratar, porque se percataba de cuánto le satisfacía “crear” personas, es decir definir seres que quizás no había visto jamás, o más interesante aún, pues: “si los he visto…ni me acuerdo”. En esa magia de “traer al mundo” figuras que no se sabe de dónde vienen ni dónde están, le interesaba la ubicuidad: otorgarles un sitio donde estar. Y fueron las losas de los pisos habaneros las que pasaron a ocupar una importancia de primer orden en el plano visual. Recortadas sobre ellas, más a manera de tapiz que de alfombra, las figuras encontraron su hábitat en la colección Del piso no pasa, en franca alusión al valor de lo que pisan nuestras plantas. Eran losas de casas cubanas, que hacían parte de una superficie caracterizada por su especificidad de motivos y arabescos. “La loza es memoria”, ha dicho Milena. “En ellas se aprecia el tiempo pasar”, –precisa. En los decorados originales y en la superficie impecable, lograda artísticamente con impresos y láminas sobre PVC, se adicionaron como evidencia del tiempo y el deterioro, ciertas losas combinadas “porque de las originales ya no hay”, esquinas rotas y fragmentos estropeados, en los que el parche restaurador vino a aportar algo distinto -como de permanencia y actualidad- para mantener su capacidad de soportar el trayecto, los pasos y el movimiento de la vida que viene y va.

De ese universo, la obra actual de Milena encarna un fuerte vínculo con los sujetos, que a través de sus manos y brazos permanecen en el lienzo y ocupan un lugar central, son partes del cuerpo integradas a un sugerente collage. Del mismo modo que la losa -a manera de rompecabezas- hacía el mapa del lugar en sus obras precedentes; son ahora los fragmentos de prensa los que construyen esa cartografía simbólica. Las páginas del periódico no son fondo, ni la figura se recorta sobre ellas. Existen en simultaneidad. Coexisten. Pero sin embargo, mucho ha cambiado el universo de referencias al introducir –con esas páginas- nuevos aspectos de interés sobre el presente y la realidad. Como las losas, ellas son memoria también de un lugar, de una historia. Su existencia artística en estas piezas, confirma como algo de lo cubano ha estado siempre en el interés creativo de Milena. El papel periódico es una clave que actualiza su discurso y define un espacio donde el tiempo y la imagen se hacen parte de un entorno visual pleno de contemporaneidad.

Esa prensa ha viajado desde Cuba: “tráeme periódicos, mamá”, frase que se hizo persistente en cada llamada o mensaje desde Miami a La Habana, y se materializaba en el equipaje que viajaba desde la isla, en dirección norte, durante noventa millas nada más. Confiesa Milena que en realidad no sabía qué uso les podría dar… pero igual los conservó y almacenó. Eran periódicos de cuando ya no estaba allá. Aquellos pergaminos de bagazo de caña, impresos a dos colores, eran mensajeros mudos por atrasados, portadores de noticias viejas y llegadas de otra realidad. De prensa activa devinieron material artístico para crear.

En la serie “Manos de la obra” de 2015, la artista pone en juego todas sus capacidades para emplear las páginas de prensa en relación con la pintura al óleo, y entablar a su vez un contraste sobre temas de comunicación entre las manos y brazos de tanta intensidad expresiva y la superficie plana de los periódicos, dos lenguajes en contraposición: el letrado-escrito y el humano-gestual. Es justamente en esta dimensión donde la obra alcanza sus más trascendentes significados. Esos lenguajes habitan una común existencia y realidad en el espacio del cuadro. Solo la voluntad crítica del artista los ha situado allí para componer el juego simbólico de los significados.

Esa ambigua relación comunicativa de periódicos sometidos a la caducidad informativa del tiempo, en idioma español, y el juego gestual -bien conocido como el lenguaje de las manos-, al que solo se encuentran habituados los sordomudos, contrapone dos universos de referencias con una profunda carga de sensorialidad. Colocado ante la obra, el espectador buscará -curiosamente- penetrarlas para leer los titulares y los textos de la prensa en su tratamiento artístico bidimensional; mientras que la fuerza expresiva de las manos pintadas lo atrapará, superpuestas en su volumetría sugerida, y los detendrá a reflexionar ante un lenguaje misterio que no siempre logrará interpretar. Y el que en apariencia le resulta más evidente como sistema de signos, ¿lo podrá descifrar?… solo parcial y fragmentariamente, pues todas las páginas de la prensa se le presentan visualmente incompletas, algo les falta por algún lugar. En fin que toda la supuesta comunicación le resultará truncada y la información, aún más. Es que en una obra de arte nunca se alcanza la totalidad.

Dos lenguajes coexistentes pero en mutuo desconocimiento para interactuar. Códigos de diferente acceso en contigüidad que sin embargo, pueden brindar alternativas cruzadas de lectura visual si algo se sabe acerca del uso de las manos para decir calladamente- cuando no se puede hablar. En el ambiente popular dice el pollito: “pío-pío”, le responde el pato: “cua-cua” y el primero contesta: “No me cambies la conversación”. Milena ha disfrutado artísticamente los conflictos comunicativos de nuestros tiempos, y los desenvuelve en su serie con alto profesionalismo y de modo inherente al universo artístico cuando sus propuestas se enriquecen a través del tropo poético, la paradoja y la ambigüedad.

Y como Milena tiene muchas ganas de pintar, se detiene en la elaborada coloración y exquisitos detalles de los nudillos y uñas de las manos, sucias -a veces- para distinguir el posible origen o pertenencia del sujeto y brindarle mayor sentido expresivo en el panorama del lienzo, o la importancia de la relación, pues si bien son las manos de una misma persona, en otras ocasiones el universo comunicativo es de dos. Los brazos y torsos se cubren con marcas, tatuajes se diría que si bien complementan el sentido del discurso, hacen del cuerpo una superficie más para explorar -artísticamente-, el sutil manejo del pincel. En estos aspectos la imagen penetra el itinerario temporal de nuestros días y se hace intensa cuando el Alligator y el Cocodrilo se muestran en una aparente lucha de manos, y digo aparente porque con toda sutil intención, la artista no nos permite saber si se trata de dos brazos encontrados, o de un mismo individuo que ya tiene marcado en su cuerpo ambas imágenes como expresión de dos naturalezas conviviendo en un mismo ser. Mismo animal, misma especie, pero con morfologías y hábitat distintos. Toda una propuesta.

Y como el artista propone y el espectador dispone, parafraseando una frase mil veces dicha desde los tiempos más remotos; esta colección queda a la consideración, como una expresión de buena pintura en tiempos en que el oficio no siempre actúa como privilegio artístico, y como una imagen de factura peculiar, que atrae por los medios que emplea, al poner en relación -en un triple afán perceptivo- las múltiples alternativas de coexistencia simbólica de la comunicación, el tiempo y la imagen en el espacio pictórico.

Yolanda Wood Pujols
Julio, 2016


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