HAVANALANDIA, una mirada alrededor

HAVANALANDIA, una mirada alrededor

En uno de mis recorridos en las mañanas sabatinas por la Habana Vieja, me encuentro en una esquina del Callejón del Chorro con unos cuadritos pequeños  que me sabían diferentes y me encantaban en su delicadeza detalladamente primitiva. Eran unas joyitas de la miniatura a la que parecía no querérsele escapar  nada en su esfuerzo por reflejar una ciudad. Una ciudad, la misma ciudad, siempre la Habana (estos límites entre los cuales se desarrolla nuestro mundo), me vendían la imagen de un espacio, que ha sido reconstruído, que es patrimonio, que es lugar buscado; otros de personas alegres en los carnavales (Si me la tarareas, te la toco), pacientes en la espera, inacabable del porvenir (Lo último que se pierde es la esperanza), precavidos detrás de la puerta con su mercancías  en busca del momento propicio (Juntos pero no revueltos), o imperceptibles en su particularidad como masa-transeúnte en las vistas generales de la ciudad, esa ciudad en la que todos los personajes que aparecen son arquetipos de la vida cotidiana, con plena conciencia de sí y de los demás, saben sus roles y cómo  hacer.

“Que chiquito es el mundo” o “Havanalandia”, era la obra que Milena Martinez había comenzado a hacer desde que decidió instalarse en la Plaza de la Catedral,  ese sitio que perturbó la élite artística Cubana, condicionando peyorativamente la acción de vender allí y a los artistas que lo hacían, como categorizado por el  solo hecho de utilizar el lugar, bueno, ni que los que estaban fuera, no hayan vendido una obra por las misma razones, con el regateo incluído, en circunstancias similares, dejemos los tirapiedras y veamos que el mercado es el mercado. Ese espacio creó una división entre los seleccionados por las instituciones como “generación de los 90’s” y los seleccionados por los compradores (oportuno el refrán: No están todos los que son, ni son todos los que están). Los críticos éticos regidos por fábulas diferentes, pero si se habla de cinismo en el arte cubano contemporáneo, creo que los artistas (no los merolicos, ni los artesanos del kistch) que se apropiaron de la Catedral, son sus mejores exponentes, pues resolvieron con su estancia allí los dilemas tan llevados y traídos de mercado, la sutileza del mensaje, de la nueva estética, retiniana preocupada por agradar, si es que finalmente son esos elementos distintivos y característicos de esa etapa. De pronto uno se encuentra también con artistas que exportan una imagen con sabor seductor a Montmatre, o gusto a encontrarse con un nuevo pintor impresionante escondio entre su aplastante obra (algunos, los que le dieron sentido, revivieron los fantasmas altruístas y míticos del descubrimiento,  vivificación de viejas ansiedades Van Goghsianas), en fin, un espacio a la generación espontánea que pudiese con el tiempo crear, dando riendas sueltas a  una producción que se tamiza sola, un híbrido interesante.

Entre este pasar de gente cosmopolita en busca de un recuerdo, lo único estable eran aquellos cubanos que pacientemente se sentaban a esperar con sus obras expuestas, aunque seguían siendo parte de la realidad que no se detiene. Algunos de ellos tenían formación académica, como Milena. Esta artista se emparenta con Mendive desde el momento en que escoge el primitivismo como forma de expresión consciente, madura y acertada para lograr  sus objetivos artísticos. Si Silvestre es el artista “primitivo” de lo íntimo, Alberto Casado, el del comentario del mundillo artístico, Milena se erige dentro de esta manera tan peculiar de hacer arte como la cronista social por excelencia de lo cotidiano.

La obra que Milena nos propone es paradójica, pues juega con intercambios que nos sorprenden, pero que comprendemos, como las relaciones creadas con las dimensiones y la relación con los temas y elementos marcadamente irónicos, pues la intención la connota. Fue una de las primeras personas que le dio sentido y lucidez a esa acción y ese lugar.

Pertenecen a su producción dos series: La primera, “Que chiquito es el mundo” o “Havanalandia” ya nos anuncia su mordaz suspicacia, la que muestra una  visión ampliada , panorámica, en la que es mas indefinido, mas impersonal, arquitectónico, paisaje principal, a la vez que tiene la desfachatez de mostrarse  como íntimo por su tamaño: un susurro. En la segunda serie dentro de la que se hace evidente y vasto el comentario, Milena nos propone los elementos  “vergonzosos”, “non gratos” de la realidad, la individualización a partir de personajes con aspectos distintivos del cubano, impúdicamente, pero sin la desfachatez de lo burdo, ella no nos agrede con sus personajes obstinados que esperan, o con el sastre que remienda una y otra vez las típicas y cubanísimas  guayaberas y ríe, mientras nos muestra como a extranjeros que husmeásemos su realidad con su dentadura viuda e imperfecta. Milena siempre nos hace  sentir extrañados, impactados con los mundos a los que nos acerca en sus pinturas. El peligro, la diferencia entre esta estampa y la de otras visiones de Latinoamérica o el Tercer Mundo está en el rejuego de habilidades y claridad de objetivos, pues ha logrado, una de los pocos, hacer una obra contundente, sugestiva y con una visión interesante de su derredor. Esa, la mirada, es lo que distingue esta obra de la de los otros que han llegado a esta manera de pintar, buscando con ello la ingenuidad resultante del comentario anecdótico como si no tuviese consecuencias, como si solo dijera, pero no analizara.

Estamos ante obras que nos ahorran el trabajo de mirar y nos entregan vistas comunes a todo el que ve por primera vez este paisaje y estos personajes, nuestro tour comienza en la abrumadora ciudad lejana y bullisiosa, pasando por lugares-comentario asombrado por el privilegio de la exclusividad del que llega, pasar de la impresión al recuerdo. Milena ha adecuado su foco en aquellos elementos que se encuentra a sus alrededores y sabe es algo que  por único, insólito, casual o arquetípico, puede llamar la atención a quien quiera descubrir esta idiosincracia que define a través de lo que sabe se recuerda y lo que se le presenta a los ojos; en este caso los títulos funcionan como guía para acceder a la clave irónica e interesante que nos acerca a su recorrido  por la Habana. A veces me parece que los personajes son lo que es la vida real que pasa y Havanalandia lo que queremos ver.  Milena se nos adentra, su obra guía-propuesta de lo que se encuentra uno, de la imagen de lo que va quedar o a manera de retrato costumbrista donde no solo son las  construcciones, sino la gente y la relación con los que viven aquí lo que quedará.

Palabras al catálogo por la Lic. Tania Bruguera,  para la exposición personal  “Puerta Abierta”, Gallería Casa de la Obra Pía, Habana, 1994


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About the author

Tania Bruguera: Tania Bruguera es una artista cubana. Ella realizó Escuela Elemental de Artes Plásticas 20 de Octubre y el Instituto Superior de Arte de La Habana y en el Instituto de Arte de Chicago. En 1997 se trasladó a Chicago y actualmente divide su residencia entre ésta y su ciudad natal.