Milena y un canto malicioso a la Habana

En los “cuadros” de Milena la ciudad se revuelve. Allí en ese “mundillo” que la artista recrea, asoma su rostro la Habana, retocada y perversa, con el murmullo altisonante de sus calles incompresibles, y el “look” entre pintoresco y terrible de la fauna urbana que hormiguea por la vida. 

Es dulce y dura la Habana de Milena. Espacio de sorprendentes paradojas, de seductoras y pulcras escenografías donde, tras la apariencia afable del cubano,  se respira el tufillo del trapicheo cotidiano, exhibido en gestos, hablando en argot. Sus imágenes recuperan el dinamismo y la vitalidad de mundos  perfectamentes construídos dotados de autonomía plástica, pero a la vez cercanos a esas fotografías de los cuentos, que desde su obcena artificiosidad, de  pronto cobran vida, y se desplazan de uno a otro sitio.  

Costumbrismo de factura “naive”, clave clasificatoria posible para “identificar” esta propuesta. La imagen  “primitiva”, complacida de su otredad, se ilumina en las pinturas de Milena, ingeniosa en tanto parece afirmar lo que quiere verse en el arte del sur. Pero ¡Ojo!  Sin renunciar a la inmediatez de la apariencia, ni a sus ejes de sentido, esa puesta en escena de una “visualidad ingenua” le otorga un rol especial a sus  manierismos. 

El estilo a la vez dulcifica e incentiva las paradojas y los contrasentidos de sus referentes supremos: La urbe Habanera. Nos remite a lo engañoso de su alegría  desmesurada. Nos la entrega con sádico erotismo en formatos y juegos retóricos que susurran al oído: “cómprame, yo soy lo que usted desea”. 

Es que estos cuadros reclaman la plaza, la calle, el parque, están hechos pra anunciarse al paso, para llamarnos con la cantinela pegajosa del pregón. Por ello,  Milena, cuando atisbaba el camino, veía ya la tiendecita como el espacio natural de esta obra. 

Ella tiene un lugar entre los artistas que han convertido en expresión el mercado que modela y re-traza en estos años nuestro mundo artístico. Unos aspirando  al gran mercado, otros al menudeo del arte doméstico. Y todos, o una parte -porque en Cuba ya es bastante difícil encontra un creador “intuitivo“- usando, desprejuiciadamente y en forma avisada el arsenal de recursos que tradiciones de medios culturales diversos ponen en sus manos. 

Signo de modo de ser Cubano, de hoy por supuesto, la obra de esta muchacha Habanera, producto híbrido (por su forma de transgredir barreras entre “alta”y  baja cultura”) Carnavalesco, romanticón y cínico a la vez, dulcemente irónico siempre. Expresión de una subjetividad en tránsito que regatea al presente y se  proyecta (¿fácil?) hacia el futuro.   

Palabras al catálogo por la Lic. Lupe Álvarez, para la exposición personal  “Como en Casa”, Galería Imago, Gran Teatro de la Habana, 1995


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Lupe Alvarez: